LA SAGRADA FAMILIA DE
NAZARET
En estos días de Navidad, la Iglesia nos invita en este domingo a
contemplar la Sagrada Familia de Nazaret, en la que el Señor nació y creció “en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). La
familia de Jesús es el signo de que se hizo realmente hombre y es también el
modelo de toda familia cristiana.
La familia es la Iglesia doméstica, el primer lugar
donde los niños aprenden valores y creencias. Es en la familia donde se
fundamentan y desarrollan relaciones de respeto y valoración entre todos sus
miembros.
La fiesta que celebramos recordando a la Familia de
Nazaret es una invitación a examinar la situación de nuestras familias desde la
experiencia luminosa de la familia de Jesús. No se puede reducir la vida
familiar a los problemas actuales de la pareja, perdiendo de perspectiva la
apertura a los valores trascendentes, a vivir la fe. La familia debe ser
siempre un signo transparente del diálogo Dios-hombre.
Sabemos el sufrimiento de tantas familias, de las dificultades en tantas y tantas casas que quieren ser auténticos hogares, en muchos casos acentuada por las consecuencias de la pandemia que nos afecta: no olvidemos las tribulaciones que también Jesús vivió con su familia en la tierra. Él sabe bien lo que se sufre para ser feliz en tantas ocasiones, por eso a la sagrada familia podemos encomendar en este día a todas las familias que sufren cualquier padecimiento: también ellas están llamadas a ser felices con la familia de Nazaret, por el nacimiento de Cristo.
San Josemaría nos pone delante de la misión insustituible de cada familia: «Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia. El mensaje de la Navidad resuena con toda fuerza: “Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). “Que la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones”, escribe el apóstol (Col 3,15). La paz de sabernos amados por nuestro Padre Dios, incorporados a Cristo, protegidos por la Virgen Santa María, amparados por San José. Esa es la gran luz que ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades y miserias personales, nos impulsa a proseguir adelante animosos», Es Cristo que pasa, n. 22.
San Juan Pablo II nos decía «La Navidad se considera
la fiesta de la familia. El hecho de reunirse e intercambiarse regalos subraya
el fuerte deseo de comunión recíproca y pone de relieve los valores más altos
de la institución familiar. La familia se redescubre como comunión de amor entre
personas, fundada en la verdad, en la caridad, en la fidelidad indisoluble de
los esposos y en la acogida de la vida. A la luz de la Navidad, la familia
comprende su vocación a ser una comunidad de proyectos, de solidaridad, de
perdón y de fe donde la persona no pierde su identidad, sino que, aportando sus
dones específicos, contribuye al crecimiento de todos. Así sucedió en la
Sagrada Familia, que la fe presenta como inicio y modelo de las familias
iluminadas por Cristo» Audiencia general, 29-XII-1999.
El Papa Francisco nos decía que EN BELÉN Dios se ha
convertido en uno de nosotros. Quiere vivir nuestra historia, nuestro camino y
nuestra libertad. «La familia es un signo cristológico, porque manifiesta la
cercanía de Dios que comparte la vida del ser humano uniéndose a él en la
Encarnación, en la Cruz y en la Resurrección» ex. ap. Amoris laetitia,
n. 161.
Con María y con José queremos llenarnos de admiración.
En Belén, Dios ha descendido a cada familia, sobre todo a las más heridas, para
sanarnos, acompañarnos y descubrir con nosotros el papel decisivo que tiene
para cada hijo y para Jesús.
En este tiempo de pandemia, cuando los motivos de gozo
externo están restringidos, mirando a nuestro interior tenemos que valorar la
razón de estas fiestas: Dios-con-nosotros. Vivamos estos días santos junto al
hogar de Nazaret y aprenderemos a poner nuestra confianza en Dios y en los que
formamos la familia de los hijos de Dios, la Iglesia.
¡Feliz Navidad!
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