Formarse en la fe
En la actualidad muchos católicos se encuentran en distintas situaciones en las que son abordados por personas que no comparten las mismas creencias o las cuestionan, y en ocasiones no son capaces de dar respuestas satisfactorias debido a la falta de formación de la fe.
Es el momento de formarse en las verdades de la fe para poder vivir de ellas y adquirir criterios para discernir y evaluar las cosas del mundo.
1. Porque conociendo la fe se le ama
Conocer nuestra fe para amarla, porque nadie ama lo que no conoce. Los católicos debemos conocer los contenidos de nuestra fe, porque la fe no es esencialmente un sentimiento sino que es la adhesión de todo nuestro ser a un conjunto de verdades.
Debemos para ello conocer a fondo la fe de la iglesia. La fe que no se conoce, no se ama.
2. Porque aprendemos a vivir cristianamente
Si queremos servir al Señor y amar a la Iglesia debemos esforzarnos por formarnos integralmente ¿Cómo podemos vivir cristianamente si no sabemos lo que es nuestro cristianismo? Esta formación no puede ser superficial sino encarnada e integral. Conocer y amar para vivir.
3. Porque debemos dar razón de nuestras creencias
Para compartir nuestra fe debemos aprender a dar razón de lo que creemos.
San Pedro invitaba a los cristianos a que ‘estén siempre dispuestos a dar a todos los que le pidan la razón de su esperanza’ (1 Pe 3,15). Estas palabras también se aplican a nosotros. Mostrar nuestra convicción con argumentos.
4. Porque nos permite defendernos
La formación del cristiano es especialmente necesaria en nuestro tiempo ya que vivimos en un ambiente contrario a la fe. Se atacan nuestras creencias y valores a través de la prensa, el gobierno de turno, etc.
5. Porque nos ayuda a dialogar con aquellos que están alejados de la Iglesia
Finalmente, formarnos ayudará al diálogo con los hermanos separados y de otras religiones.
La mejor manera de dialogar es saber bien cuál es nuestra fe y saber encontrar los puntos que tenemos en común y los que nos diferencian.
Importancia y beneficios de la Adoración
Pan consagrado: Promesa cumplida
Jesús promete la vida eterna y todo hijo e hija de Dios está llamado a participar con Jesucristo de la ella. Él ha muerto y ha resucitado. El Señor, por el amor que nos ha tenido, instituyó este Santísimo Sacramento cuando celebró la Última Cena con sus discípulos. En ese momento nos dejó este memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección.
En el momento en que Jesús presentó el pan y el vino como su cuerpo y sangre, mostró su amor manifestado en la entrega hasta el extremo.
El Señor instituyó el sacerdocio para que los discípulos tuvieran facultad de poder celebrar la Cena del Señor, que ya no es la Pascua judía, sino ese momento de la Eucaristía: la fracción del pan, el Cuerpo y la Sangre.
Adoración eucarística
Los sacerdotes ofrecen el pan y el vino al Señor y después de las palabras de la consagración, se convierten en el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Jesucristo.
Esta gran realidad de la Santa misa se extiende en el culto que damos a Jesús en su Cuerpo y en su Sangre y es lo que conocemos como adoración eucarística, o adoración a Jesús Eucaristía, o adoración al Santísimo Sacramento.
Por otra parte es poder expiar por los pecados que se comenten contra el Santísimo Sacramento porque desafortunadamente no todos creen que Jesús está presente en la Eucaristía. Se profana la Eucaristía de muchas maneras: al comulgar indignamente, al despreciarlo dejándolo solo en el Sagrario, al no aprovechar el momento después de la Comunión en la Santa misa, entre otras maneras.
La adoración, pues, manifiesta esa fe en el Señor que está ahí con nosotros.
Si nuestras obligaciones nos impiden asistir al Sagrario y encontrarnos con Jesucristo en la Eucaristía, podemos mantener la unión con Él a través de las “comuniones espirituales”. Las comuniones espirituales son momentos de unión con Cristo presente en el Sagrario hechas en cualquier circunstancia y siempre con el deseo de recibirlo sacramentalmente. Son actos de amor sencillos que ayudan a dar a cada instante del día un sentido sobrenatural y a vivir las cosas más cotidianas muy unido al amor de Dios.
En su Carta Encíclica “Ecclesia De Eucharistia” el recordado San Juan Pablo II se regocijaba de que en muchos lugares, la adoración del Santísimo Sacramento tuviera todos los días una importancia destacada, y decía que esto era fuente inagotable de santidad y que participar en toda muestra de fe y amor a la Eucaristía es una gracia de Dios que llena de gozo el corazón.
También lamenta que junto a estas luces, haya sombras, es decir, sitios donde hay un abandono casi total del culto de adoración a la Eucaristía, así como abusos que afectan la fe y distorsionan lo que la doctrina católica enseña acerca de este Sacramento.
Con frecuencia se nos recuerda que la piedad eucarística – junto con la caridad- son el ¨termómetro¨ que marca la temperatura de una parroquia. Es por ello que ¨ a tiempo y a destiempö como gustaba decir San Pablo, insistamos en la incorporación a nuestro plan de vida de devociones eucarísticas: visitas al Santísimo, comuniones espirituales, oración ante el sagrario, Adoración Eucaristía, etc…
Es en este ámbito donde enmarcamos la Exposición del Santísimo a la que cada jueves estamos invitados a participar pidiendo por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Un rato de oración en respuesta a las múltiples ocasiones en las que el Señor nos invita a hacerlo:“orar sin cesar” (1 de Tesalonicenses 5:17),;“sed sobrios y velad en oración” (1 de Pedro 4:7); “gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración;” (Romanos 12:12); “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias;“ Colosenses 4:2, etc…
Importancia de la eucaristía en
nuestra vida
En un mundo que nos lleva a un creciente enfriamiento en la fe, y que nos sitúa en una notoria mezcla de culturas religiosas, la Eucaristía es hoy más que nunca central para la comunidad cristiana, la que más eficazmente ayuda a un cristiano o a una familia, a ir creciendo y madurando en su fe, renovando continuamente su identidad, a la luz de la Palabra de Dios.
La Eucaristía no es sólo un precepto. Ni sólo un momento de religiosidad que puede darnos paz y sosiego interior. Son tan importantes los valores que comporta, que la conciencia de su obligatoriedad para un cristiano le nace de dentro. Así lo entendió la comunidad cristiana desde el principio. En la carta a los Hebreos (10,24) ya se avisaba de que no faltaran a la reunión dominical, como algunos ya tenían costumbre de hacer...
El Papa francisco nos dice: La Eucaristía es un evento maravilloso en el cual Jesucristo, nuestra vida, se hace presente. Participar en la Misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo» (Homilía, Santa Misa en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae, 10 de febrero de 2014). El Señor está ahí con nosotros, presente. Pero, muchas veces nosotros vamos ahí, miramos las cosas, hablamos entre nosotros mientras el sacerdote celebra la Eucaristía… pero nosotros no celebramos cerca de él. ¡Pero es el Señor! Si hoy viniera aquí el presidente de la República o alguna persona muy importante del mundo, seguramente todos estaríamos cerca de él, que quisiéramos saludarlo. Pero, piensa: cuando tú vas a Misa, ¡ahí está el Señor! Y tú estás distraído, volteado… ¡Es el Señor! Debemos pensar en esto, ¡eh! “Padre, es que las misas son aburridas” – “Pero que cosa dices, ¿Qué el Señor es aburrido?” – “No, no. La Misa no, los sacerdotes”. “Ah, que se conviertan los sacerdotes, pero es el Señor que está ahí, ¡eh!” ¿Entendido? No lo olviden. Participar en la Misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor».
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