21 de noviembre de 2020

 

dEL MARTES 24 DE NOVIEMBRE AL JUEVES 26 en la Iglesia de Ntra. Sra. de la merced

TRIDUO A LA VIRGEN MARÍA DE LA MEDALLA MILAGROSA

Santo Rosario a las 18:25 h
Oración del Triduo 18:55 h
Santa Misa a las 19:00 h

TRIDUO

Hecha la señal de la Cruz y recitado el Señor mío Jesucristo, se rezará lo siguiente:

Oración Señor mío Jesucristo

ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS:

Oh María, sin pecado concebida, vedme postrado a vuestras plantas, lleno de confianza. Ese vuestro rostro purísimo, esa amable sonrisa de vuestros labios, esas manos cargadas de celestiales bendiciones, esa actitud amorosa que habéis adoptado para recibir a los que vienen a Vos, esos ojos fijos en la tierra para observar nuestras necesidades y venir en nuestro auxilio, todo, todo me inspira amor, confianza y completa seguridad. Y como si esto fuera poco para alejar de nosotros toda duda habéis empeñado solemnemente vuestra palabra en favor de los que lleven la Santa Medalla, diciendo a vuestra sierva, Sor Catalina Labouré: "Cuantos llevaren esta Medalla, alcanzarán especial protección de la Madre de Dios."

Madre mía amantísima: Vos sabéis que la llevo sobre mi pecho, que la beso con amor y que os invoco con frecuencia. Realizad, pues, en mí vuestras promesas; venid en mi auxilio, cubridme con vuestra protección, para que Jesús se apiade de mi pobre alma y merezca conseguir por vuestro medio la gracia, que pretendo con este triduo a vuestra Santa Medalla.

Oh María, sin pecado concebida; rogad por nosotros que recurrimos a Vos.

(Rezar la oración correspondiente del día)

Amén.

 


 

DÍA PRIMERO:

Nombre de María

(Rezar la oración preparatoria de todos los días)

Entre los recuerdos que la Santísima Virgen ha querido dejarnos en la Medalla Milagrosa, uno de los más singulares es el de su dulcísimo nombre, consignado en la jaculatoria que rodea su sagrada imagen.

Nombre excelso, nombre grande, nombre ilustre y singular, que encierra en sí todas las virtudes con que Dios adornó a María, nombre que calma las aspiraciones de toda la tierra, nombre que anuncia la felicidad a los mortales, nombre que pronuncian con entusiasmo los Angeles, que regocija a la corte celestial; nombre de quien podemos decir con San Bernardo que no es un nombre vacío de significación, como el de los héroes del mundo, sino que encierra en sí la más positiva grandeza. Nombre dulcísimo, que suaviza los males del hombre y es el apoyo más sólido de sus esperanzas, la prenda mas segura de su porvenir.

¡Oh María! Cuál seréis Vos misma, si solo vuestro nombre es tan amable y tan gracioso? ¡Oh Santísima Virgen María!, exclama San Bernardo, vuestro nombre es tan dulce y amable, que no puede pronunciarse sin que deje inflamado de amor y favorecido al que lo nombra. Nombre augusto de María, tu serás para mi alma la escala bendita que la conducirá al reino de los Cielos.

Petición:

Aquí expondrá cada uno a la Virgen la gracia que desee conseguir en este Triduo, rezando después tres Avemarías precedidas de la jaculatoria: ¡Oh María, sin pecado concebida; rogad por nosotros que recurrimos a Vos!

ORACIÓN DE SAN ATANASIO:

Acoge, oh Santísima Virgen, nuestras súplicas y acuérdate de nosotros. Dispénsanos los dones de tus riquezas. El Arcángel te saluda llena de gracia. Todas las naciones te llaman bienaventurada, todas las jerarquías del Cielo te bendicen, y nosotros, que pertenecemos a la jerarquía terrestre, decimos también: Dios te salve, oh llena de gracia, el Señor es contigo, ruega por nosotros, oh Madre de Dios, nuestra Señora y nuestra Reina. 

Amén.

 


 

DÍA SEGUNDO:

Concepción de María

(Rezar la oración preparatoria de todos los días)

Después del nombre de María, aparece en la Medalla Milagrosa el misterio de su purísima Concepción, el más glorioso privilegio de cuantos le concedió la Augustísima Trinidad.

Esta Medalla nos recuerda constantemente sus triunfos sobre la infernal serpiente, hollando con el mayor denuedo la orgullosa cabeza de Lucifer y rompiendo las duras cadenas con que estaban aprisionados los hijos de Adán.

Por lo mismo, la Medalla Milagrosa, al confesar el misterio de la Concepción Inmaculada de María, nos predica que la Santísima Virgen es la corredentora del universo, la tesorera de los dones del Altísimo, la fiadora entre Dios y los hombres, la que realizó del modo más singular la paz y reconciliación del género humano.

Ya no podemos extrañar que la Santísima Virgen al ser invocada con una oración que tan alto predica sus grandezas, haya querido vincular en ella toda suerte de favores. Recordemos, una vez mas, sus palabras: "Cuantos piadosamente llevaren esta Medalla y devotamente rezaren esta oración: ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!, alcanzarán particular protección de la Madre de Dios. Repitamos, pues, sin cesar, esa hermosa jaculatoria. Sea ella el suave y delicioso alimento de nuestras almas. Resuene en todos nuestros peligros, en nuestras angustias, en nuestras alegrías, y sobre todo en la hora de nuestra muerte: ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos!. 

Amén.

(Petición, como el día primero)

ORACIÓN DE SAN ANDRÉS:

¡Oh María!, si pongo mi confianza en Ti, seré salvo; si me hallare bajo tu protección, nada he de temer, porque ser tu devoto es tener armas seguras de salvación, que Dios concede a los que quiere salvar.

¡Oh Madre de misericordia!, intercede por nosotros y en la hora de nuestra muerte recíbenos en tus brazos y presenta nuestras almas a tu divino hijo, Jesús, y esto será bastante para que El nos mire con amor y nos reciba en su reino. 

Amén.

 


 

DÍA TERCERO:

Protección de María

(Rezar la oración preparatoria de todos los días)

La Medalla Milagrosa, al confesar el misterio de la Concepción Inmaculada de María, garantiza a la vez el auxilio divino a cuantos la llevan puesta. La Santísima Virgen, dice San Bernardino, es muy cortés y agradecida, tanto que no le permite su corazón que el hombre la salude sin devolver el saludo de una manera inefable.

Esta súplica: "Rogad por nosotros, que recurrimos a Vos" ha venido a ser fuente sagrada de vida, de gracia y de santidad; remedio de todas las enfermedades, consuelo de los afligidos y dulce esperanza de los pecadores.

Acudamos, pues, a María, en todas nuestras necesidades de alma y de cuerpo. Invoquémosla y digamos con frecuencia: "¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos!", y esta oración tan grata a la madre de Dios, será suficiente para aliviarnos y socorrernos. Si la enfermedad viene a visitarnos, ella nos curará, si la salud nos conviene, y de no convenimos nos concederá la gracia de soportar el dolor con cristiana resignación. Si el desaliento quiere apoderarse de nosotros y la tristeza sumergirnos en un mar de desolación, repitamos la jaculatoria de la Medalla, y la Virgen nos consolará, porque es Madre de los afligidos, alivio de nuestros males y eficaz remedio para todos los sufrimientos del humano corazón. Con el apoyo de María viviremos confiados lejos de la culpa y nuestra muerte será preciosa a los ojos del Señor. Así sea.

(Petición, como el día primero)

ORACIÓN DE SAN GERMÁN:

¡Oh mi única señora y único consuelo de mi corazón! Ya que eres el celestial rocío que refrigera mis penas; Tú que eres la luz de mi alma cuando se halla rodeada de tinieblas; Tú que eres mi fortaleza en las debilidades, mi tesoro en la pobreza y la esperanza de mi salud, oye mis humildes ruegos y compadécete de mí, como corresponde a la Madre de un Dios, que ama tanto a los hombres. Concédeme la gracia de gozar contigo en el Cielo, de vivir contigo en el Paraíso. Yo sé que siendo Tú la Madre de Dios, si quieres, puedes alcanzarme esta gracia; así lo espero de tu misericordia. 

Amén.



 

La Virgen de la Medalla Milagrosa:

El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera: La Virgen venía vestida de blanco, junto a ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz, Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. 

María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:

"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".

Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: 

"Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". 

Y una voz dijo a Catalina: 

"Hay que hacer una medalla semejante a esto que estas viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen", y apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.

El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión, y al poco tiempo empezaron los milagros. 

(lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

 


Santa Catalina Labouré (Religiosa Año 1876)

Oh María sin pecado concebida: Ruega por nosotros que recurrimos a Ti. 

Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.

Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Sma. Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición.

Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.

A los 14 años pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: "Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos". La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.

Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dió cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.

Siendo Catalina una joven monjita, tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de Mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.

Santa Catalina y la Santísima VirgenPero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase "Oh María, sin pecado concebida, rogad por nos que recurrimos a Vos". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.

Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso. El Sr. Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros.

Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti", conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.

En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.

La Medalla MilagrosaCatalina le preguntó a la Sma. Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió: "Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden". Y añadió: "Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden".

Después de las apariciones de la Sma. Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.

En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: "Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen").

Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).

Santa Catalina Labouré en su tumbaPoco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado.

En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era Verdad.







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