28 de octubre de 2020

 

Conmemoración de los 

Fieles Difuntos


Este año no celebraremos la VIGILIA DE ORACIÓN AL CEMENTERIO como era costumbre por la noche rezando el Santo Rosario por nuestros difuntos, por la situación actual en la que nos encontramos de pandemia.

La Misa del lunes día 2 a las 19:00 h sera retransmitida en directo por las dos televisiones locales.  





MES DE LOS DIFUNTOS

La Iglesia Católica dedica de un modo especial el mes de noviembre a la intercesión por las almas de los difuntos y, si el día 1 de noviembre se celebra la solemnidad de Todos los Santos, que nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad ante Dios y a la salvación eterna, la conmemoración litúrgica de hoy nos abre la puerta a este mes en el que se nos anima a orar por las ánimas del purgatorio. Tenemos ciertamente el deber de ofrecer nuestras oraciones, penitencias, limosnas y el Santo Sacrificio de la Misa para que las almas que se encuentran en ese estado puedan pasar a disfrutar de Dios. 


La conmemoración de los Fieles Difuntos fue instituida por el abad San Odilón de Cluny a inicios del siglo XI.


La Iglesia Católica afirma la existencia del Purgatorio y lo definió solemnemente como un dogma en el II Concilio de Lyon en 1274. 


En la Sagrada Escritura, y muy especialmente en los libros de los Macabeos, hay numerosos textos en los que se descubre la realidad del Purgatorio o de unas penas purgatorias. Y es que es lógico que, para poder pasar a contemplar la belleza infinita de Dios en la eternidad, las almas deban estar limpias de toda mancha dejada por sus pecados. Lo mismo que cuando una persona asiste a una boda o a un encuentro importante tiene que ir con un vestido limpio, para ver a Dios tenemos que estar perfectamente purificados.


San Agustín, San Gregorio Magno y otros Padres de la Iglesia trataron el tema del Purgatorio. San Gregorio Magno, biógrafo de nuestro Padre San Benito y primer papa-monje, resaltó en sus libros de los Diálogos la fuerza inmensa que posee el Santo Sacrificio de la Misa ofrecido por las almas de los difuntos para que queden liberadas de las penas purgantes y que así puedan pasar a la gloria celestial. Ciertamente, la Santa Misa es lo más grande que existe y que sucede sobre la faz de la tierra, pues es la actualización de la Pasión, la Muerte, la Resurrección y la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, trascendiendo las barreras del espacio y del tiempo. A ella debiéramos acudir siempre con devoción, con admiración y con asombro renovado ante lo que sucede delante de nosotros.


El mes de noviembre nos coloca ante las realidades de lo que tradicionalmente se ha conocido como los “Novísimos” y de los cuales hoy por desgracia no hablamos mucho los sacerdotes.


Ciertamente, el bien o el mal que hagamos en esta vida tienen repercusiones de cara a nuestra salvación eterna, a la que Dios nos invita. Nuestra vida no se termina con la muerte: más bien comienza. Todos debiéramos meditar acerca de la muerte, no con un sentido tétrico, sino como una realidad de la vida humana ante la que ésta encuentra su sentido y ante la que debe decantarse por el bien o por el mal, teniendo presente que tras ella vendrá la realidad eterna, ya de gloria en el Cielo, ya de pena en el Infierno, porque éste también existe. El Infierno no lo ha originado un Dios cruel, sino la obstinación diabólica y humana en el mal hasta el último momento, que se cierra a la misericordia divina.


Los “Novísimos” se deben meditar siempre con esperanza, ya que la actitud cristiana es de esperanza, virtud teologal infundida por Dios en nuestra alma para confiar en la grandeza de la bondad y de la misericordia de Dios, que nos invita al arrepentimiento y a la conversión para alcanzar la vida eterna.


“Dios quiere que todos los hombres sean salvos” (1Tim 2,3-4), dice San Pablo. Y Jesús nos habla de la inmortalidad y de que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos” (Mc 12, 27; Lc 20,38). Dios desea que todos podamos llegar a gozar del Cielo, de la visión de Él mismo, introduciéndonos en la misma vida divina, que es vida de amor entre las tres divinas personas, vida de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Y por eso quiere que le roguemos por la liberación de las ánimas benditas del Purgatorio, pues nuestras oraciones y sacrificios por ellas, y sobre todo el Santo Sacrificio de la Misa ofrecido por ellas, puede así conducirlas al Cielo.


En todo el mes de noviembre se puede ganar indulgencia plenaria aplicable por las almas del Purgatorio, con las debidas condiciones de confesión sacramental, comunión eucarística, oración por el Papa y aversión al pecado.

Que María Santísima, que esperó con fe la Resurrección de su Hijo, interceda por las ánimas del Purgatorio y nos lleve a meditar en los misterios que ahora la Iglesia nos propone.












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