Novena a San Pedro Apóstol
NOVENA AL PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES, SAN PEDRO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
℣. Dios mio, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
*Oración Inicial para todos los días*
Oh glorioso San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con la primera llamada dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase; por aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por tu Redentor la vida crucificado, te suplico, Apóstol glorioso, por tu actual sucesor el Vicario de Cristo. Alcánzame que imite del Señor esas virtudes tuyas con la victoria de todas mis pasiones; y concédeme especialmente el don del arrepentimiento para que, purificado de toda culpa, goce de tu amable compañía en la gloria. Amén.
_(Cada uno en silencio hace su petición)_
_(Cada uno en silencio hace su petición)_
DÍA TERCERO - 22 DE JUNIO
CONSIDERACIÓN: HUMILDAD DE SAN PEDRO.
Considérese que siendo regla infalible del Santo Evangelio que será ensalzado el que se humille (Lucas V, 10), se deja entender fácilmente que San Pedro fue humildísimo entre todos los Apóstoles y Discípulos de Señor: pues sobre todos fue exaltado a la mayor y más encumbrada Dignidad que hay sobre la tierra. Manifestó ya el Santo esta importantísima virtud: ya cuando dijo a nuestro Señor, «yo soy un grande pecador, e indigno de aparecer en vuestra presencia»: ya cuando exclamó: «Señor, ¿tú me lavas a mí los pies? No permitiré semejante acción eternamente; pero si esta es tu voluntad, pies, manos y cabeza me dejaré lavar antes que desagradaros» (Albano Butler, Vidas de los Santos, fol. 510); ya cuando preguntado del Divino Maestro si le amaba más que los otros Discípulos, aunque era un serafín abrasado en su amor, con todo no se atrevió a responder, sino temeroso, y como quien desconfiaba de sí mismo, segun escribe el Crisóstomo: «Señor, vos sabéis que os amo»: Al fin manifestó el Príncipe de los Apóstoles ser humilde en el mismo tiempo de su martirio, consiguiendo de los verdugos le fijasen en la Cruz cabeza abajo, como si fuera indigno de elevar sus benditos ojos al Cielo (Albano Butler, Vidas de los Santos, fol. 536), cuya acción atribuyen San Ambrosio y San Agustín, parte a su humildad, y parte a los ardientes deseos de padecer más por su Dios y Maestro. Todo esto solo es un índice de la profundísima humildad que reinaba en el corazón del Pastor universal del rebaño de la Católica Iglesia.
Consideremos ahora si se halla en nosotros esta marca de la santa humildad, que ella es la de todas las buenas ovejas que siguen las huellas del Divino Pastor; la soberbia es una señal evidentísima de los réprobos, y por el extremo contrario, la humildad es el caracter de los predestinados. Aunque la soberbia haya dominado en nuestras almas, no nos desconsolemos, con tal que nerviosamente procuremos trabajar, con la divina gracia, en ser humildes.
ORACIÓN
Señor mío Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, que siendo por esencia el Rey de los Reyes y Señor de los Señores, os dignasteis de tomar la forma de siervo humillándoos a Vos mismo, según la expresión de San Pablo, «hecho obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz» (Filipenses II, 8); concededme la gracia, Señor, de mirar siempre a tu incomprehensible y asombroso ejemplo de tu humildad, para imitarle; y dadnos a entender a todos los Cristianos la importancia de esta santísima virtud para nuestra salvación, y que ella es el fundamento sobre el cual estriba el edificio grande de una vida verdaderamente cristiana.
Vos, dulcísimo Maestro, siendo el modelo de todas las virtudes, nos decís muy en particular: «Aprended de mí, que soy humilde y manso de corazon», asegurando asimismo en vuestro Santo Evangelio que el que no se humillase no entraría en el Reino de los Cielos. ¿Qué ceguedad ha sido la mía, Dios mío? ¿Por qué yo me he de ensoberbecer, siendo polvo, ceniza, nada? ¿Qué tengo yo que no haya recibido de vuestra misericordia, Señor soberano de la gracia? Aunque camine de virtud en virtud, y llegue a la cumbre de la perfección cristiana, no puedo saber sin especial revelación que perseveraré en vuestra gracia hasta la muerte, y me puedo perder por la eternidad (Concilio de Trento, canon 6). ¿Dónde está mi razón para ensoberbecerme? Buen Jesús, por los méritos de vuestro fiel Siervo, el humildísimo San Pedro, conservad en nuestro espíritu estos santos pensamientos, para humillarnos como buenos cristianos, y merecer por vuestra misericordia ser exaltados en la gloria, y glorificar eternamente vuestro santísimo nombre. Amén.
Ahora se reza tres veces el Padre nuestro.
*Oración Final para todos los días*
Señor Jesús, que has elegido a San Pedro mientras pescaba en el lago. Él confió en Ti, Señor, y tú lo colmaste de la verdadera alegría. Lo pusiste como roca para edificar tu Iglesia, fuerte en la Caridad, y lo sostuviste con tu oración, para poder confirmarnos en la fe. Secaste sus amargas lágrimas para que su negación no se convirtiera en desesperación sino en confianza más cierta y más grande esperanza. Él pudo contemplar tu rostro transfigurado en el Tabor, y sufrir cerca tuyo en Getsemaní. Bendice, Señor, nuestros sacerdotes, asiste a todos los feligreses, conforta a nuestros enfermos, mantiene unida nuestra parroquia, y danos una fe firme en la oración mutua, con lágrimas de amor a Ti y de arrepentimiento, para borrar nuestros pecados y alegramos de tu Palabra, luz que brilla en las tinieblas, hasta que él mismo, nuestro patrono aquí en la tierra, nos abra las puertas en el cielo. Amén.
*Letanías de San Pedro*
San Pedro, que has proclamado a Cristo, _ruega por nosotros._
San Pedro, que has seguido a Cristo,
San Pedro, que has escuchado a Cristo,
San Pedro, que has despertado a Cristo,
San Pedro, que has imitado a Cristo,
San Pedro, que has suplicado a Cristo,
San Pedro, que has defendido a Cristo,
San Pedro, que has negado a Cristo,
San Pedro, que has llorado a Cristo,
San Pedro, que has recuperado a Cristo,
San Pedro, que has amado a Cristo más que todos,
San Pedro, profeta del Reino,
San Pedro, que has seguido a Cristo,
San Pedro, que has escuchado a Cristo,
San Pedro, que has despertado a Cristo,
San Pedro, que has imitado a Cristo,
San Pedro, que has suplicado a Cristo,
San Pedro, que has defendido a Cristo,
San Pedro, que has negado a Cristo,
San Pedro, que has llorado a Cristo,
San Pedro, que has recuperado a Cristo,
San Pedro, que has amado a Cristo más que todos,
San Pedro, profeta del Reino,
GOZOS EN HONOR A SAN PEDRO
Piedra sois fundamental
De la Iglesia militante:
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En Betsaida habéis nacido
De unos pobres pescadores,
Y ocupado en sus labores,
Pasáis sin ser conocido;
Mas aquí mismo elegido
Sois Apóstol almirante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Ocupado en el pescar
Os llama al apostolado
El que Dios ya humanado
Al mundo vino a salvar,
Y vos sin más aguardar
Obedecéis al instante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando a Jesús confesais
Hijo de Dios verdadero;
Él os declara portero
Con las llaves, que aceptáis.
Así, Cefas, os mostrais
Con poder de gobernante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Sobre las aguas del mar
Caminais vos muy constante;
Cuando al punto vacilante
Peligrais de naufragar:
Mas Jesus hizo surcar
Al que estaba naufragante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando en el monte Tabor
Se transfigura Jesús,
Testigo sois de la luz
Y celestial resplandor:
Y en la agonía el sudor
Divisáis en su semblante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Si a la voz de una criada
Vuestro Maestro negáis,
A la del gallo llorais
Vuestra culpa inopinada,
Así que con su mirada
Jesús os traspasa amante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Movido de las Marías
Al sepulcro corréis presto;
Y notais en aquel puesto
Cumplidas las profecías,
Pues al cabo de tres días
Sale Jesús triunfante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En Galilea adoráis
A Jesús resucitado;
Y tres veces preguntado,
La respuesta es: que le amáis.
Por eso pastor quedáis
De su rebaño garante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando el Espíritu Santo
Baja dándoos sus dones;
Pasman todas las naciones
Al ver un milagro tanto:
Disipais vos el encanto
Con Joel vaticinante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Con vuestro primer sermón
Más de tres mil se convierten:
Y los Judíos advierten
La obra de la Redención,
Siendo tal vuestro tesón
Sin desistir un instante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En la cárcel os tenía
Herodes rey inhumano;
Mas os toma de la mano
El Ángel de Dios, y guía:
Descubriendo vos al día
Al Ángel que os va delante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Primero en Antioquía
Vuestra cátedra sentais,
Y a Roma la trasladáis
Para ser el norte y guía
Donde persevera al día
En la misma fe constante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Dais fin al apostolado
Enclavado en una cruz
Diferente de Jesús,
Pies arriba levantado:
Así mártir coronado,
Vuestra palma es más brillante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Así la Iglesia romana
Por su venturosa suerte
Es el baluarte y fuerte
De la verdad cristiana:
Pues que siendo vaticana
Es piedra la más chocante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Pescador héroe inmortal,
De Pontífices atlante,
Librad a la fluctuante
Del error heretical.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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