Novena a San Pedro Apóstol
NOVENA AL PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES, SAN PEDRO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
℣. Dios mio, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
*Oración Inicial para todos los días*
Oh glorioso San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con la primera llamada dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase; por aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por tu Redentor la vida crucificado, te suplico, Apóstol glorioso, por tu actual sucesor el Vicario de Cristo. Alcánzame que imite del Señor esas virtudes tuyas con la victoria de todas mis pasiones; y concédeme especialmente el don del arrepentimiento para que, purificado de toda culpa, goce de tu amable compañía en la gloria. Amén.
_(Cada uno en silencio hace su petición)_
DÍA SEGUNDO - 21 DE JUNIO
CONSIDERACIÓN: PENITENCIA DE SAN PEDRO.
Considérese que aunque el Santo Apóstol no perdió la fe cuando negó a nuestro Señor, como observan varios Santos Padres y Doctores de la Iglesia (Agustín Calmet OSB, en Mateo XXVI, 75), perdió la caridad y la gracia cometiendo un pecado tan grande, que acaso no se ha cometido más grande, como se explica San Bernardo (Sermón I de San Pedro y San Pablo). Si San Pedro después de una caída tan grave, (sigue este Santo Padre) fue levantado a una cumbre de tan eminente santidad: ¿quién, por más pecador que sea, desconfiará de la divina misericordia, si desea salir del pantano de sus culpas? Mas es necesario atender que el Santo Apóstol salió fuera y lloró amargamente su pecado.
Lloró amargamente con una penitencia pronta; pues habiendo mirado el Divino Maestro a Pedro, más que con los ojos corporales, con los rayos de su gracia, que le penetraron el alma, al punto salió fuera de la casa del peligro, para soltar el dique a sus lágrimas de vehementísimo dolor. Lloró amargamente con una penitencia admirable; no lloró por miedo del castigo, sino por haber negado a quien tanto amaba. Lloró con una penitencia constante, porque el Santo Apóstol no puso límite a sus lágrimas, sino que toda su vida fue una continuada penitencia; y después de la Ascensión, cuando se acordaba de la dulcísima presencia y suavísima conversación de su Divino Maestro (José Mansi CO, Locupletíssima Bibliothéca morális prdicábilis, fol. 424), todo se resolvía en lágrimas; de suerte, escribe el Angélico Doctor, que sus mejillas estaban como abrasadas de tanto llorar.
En este ejemplo tenemos un dechado que debemos imitar de verdadera penitencia; lloremos sin cesar nuestras culpas, e imprimamos vivamente en nuestro corazón, que son indispensables para lograr el dolor los auxilios de la divina gracia: y quedemos persuadidos que confesamos muchas veces mal, por el reprensible descuido en que vivimos, de no pedirlos al Señor debidamente.
ORACIÓN
Gracias a vuestra misericordia, amabilísimo Redentor nuestro, a quien todos los convertidos, y los que se han de convertir hasta el fin del mundo, deben como a causa meritoria su justificación, y las gracias necesarias para conseguirla (Concilio de Trento, Sesión sexta, cap. VII). Dadme, Señor, a conocer cuán necesarios me son los auxilios de vuestra gracia, para vencer las perversas inclinaciones de la naturaleza corrompida por el pecado, y para triunfar de muchas y muy gravísimas tentaciones con que el mundo, demonio y carne nos combaten. ¿Quién libertará al hombre infeliz de este cuerpo mortal, sujeto a las baterías de tan formidables enemigos, sino la divina gracia, obtenida por vuestros merecimientos (cf. Romanos VII)?
¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin cuya asistencia nada podemos que sirva a nuestra salvación, y con cuya protección nada hay que sea imposible, pudiéndolo todo en Dios, que nos conforta! Señor misericordioso, que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve, por vuestro Apóstol, tened misericordia de todos los pecadores, y concedednos la gracia de imitar el arrepentimiento de San Pedro, para hacer en esta vida dignos frutos de penitencia. No permitas, dulcísimo Jesus, que dejemos pasar en vano los dones de vuestra gracia: que haciendo buen uso de ellos, estaremos fortalecidos para no temer los males; cuando nos hallemos en medio de la tribulación se disiparán las nieblas de nuestro entendimiento, se inflamará nuestra voluntad en vuestro santo amor, y tendremos consuelo en los trabajos de esta momentánea vida, con la esperanza de gozaros y alabaros por toda la eternidad en vuestra gloria. Amén.
Ahora se reza tres veces el Padre nuestro.
*Oración Final para todos los días*
Señor Jesús, que has elegido a San Pedro mientras pescaba en el lago. Él confió en Ti, Señor, y tú lo colmaste de la verdadera alegría. Lo pusiste como roca para edificar tu Iglesia, fuerte en la Caridad, y lo sostuviste con tu oración, para poder confirmarnos en la fe. Secaste sus amargas lágrimas para que su negación no se convirtiera en desesperación sino en confianza más cierta y más grande esperanza. Él pudo contemplar tu rostro transfigurado en el Tabor, y sufrir cerca tuyo en Getsemaní. Bendice, Señor, nuestros sacerdotes, asiste a todos los feligreses, conforta a nuestros enfermos, mantiene unida nuestra parroquia, y danos una fe firme en la oración mutua, con lágrimas de amor a Ti y de arrepentimiento, para borrar nuestros pecados y alegramos de tu Palabra, luz que brilla en las tinieblas, hasta que él mismo, nuestro patrono aquí en la tierra, nos abra las puertas en el cielo. Amén.
*Letanías de San Pedro*
San Pedro, que has proclamado a Cristo, _ruega por nosotros._
San Pedro, que has seguido a Cristo,
San Pedro, que has escuchado a Cristo,
San Pedro, que has despertado a Cristo,
San Pedro, que has imitado a Cristo,
San Pedro, que has suplicado a Cristo,
San Pedro, que has defendido a Cristo,
San Pedro, que has negado a Cristo,
San Pedro, que has llorado a Cristo,
San Pedro, que has recuperado a Cristo,
San Pedro, que has amado a Cristo más que todos,
San Pedro, profeta del Reino,
San Pedro, que has seguido a Cristo,
San Pedro, que has escuchado a Cristo,
San Pedro, que has despertado a Cristo,
San Pedro, que has imitado a Cristo,
San Pedro, que has suplicado a Cristo,
San Pedro, que has defendido a Cristo,
San Pedro, que has negado a Cristo,
San Pedro, que has llorado a Cristo,
San Pedro, que has recuperado a Cristo,
San Pedro, que has amado a Cristo más que todos,
San Pedro, profeta del Reino,
GOZOS EN HONOR A SAN PEDRO
Piedra sois fundamental
De la Iglesia militante:
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En Betsaida habéis nacido
De unos pobres pescadores,
Y ocupado en sus labores,
Pasáis sin ser conocido;
Mas aquí mismo elegido
Sois Apóstol almirante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Ocupado en el pescar
Os llama al apostolado
El que Dios ya humanado
Al mundo vino a salvar,
Y vos sin más aguardar
Obedecéis al instante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando a Jesús confesais
Hijo de Dios verdadero;
Él os declara portero
Con las llaves, que aceptáis.
Así, Cefas, os mostrais
Con poder de gobernante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Sobre las aguas del mar
Caminais vos muy constante;
Cuando al punto vacilante
Peligrais de naufragar:
Mas Jesus hizo surcar
Al que estaba naufragante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando en el monte Tabor
Se transfigura Jesús,
Testigo sois de la luz
Y celestial resplandor:
Y en la agonía el sudor
Divisáis en su semblante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Si a la voz de una criada
Vuestro Maestro negáis,
A la del gallo llorais
Vuestra culpa inopinada,
Así que con su mirada
Jesús os traspasa amante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Movido de las Marías
Al sepulcro corréis presto;
Y notais en aquel puesto
Cumplidas las profecías,
Pues al cabo de tres días
Sale Jesús triunfante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En Galilea adoráis
A Jesús resucitado;
Y tres veces preguntado,
La respuesta es: que le amáis.
Por eso pastor quedáis
De su rebaño garante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando el Espíritu Santo
Baja dándoos sus dones;
Pasman todas las naciones
Al ver un milagro tanto:
Disipais vos el encanto
Con Joel vaticinante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Con vuestro primer sermón
Más de tres mil se convierten:
Y los Judíos advierten
La obra de la Redención,
Siendo tal vuestro tesón
Sin desistir un instante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En la cárcel os tenía
Herodes rey inhumano;
Mas os toma de la mano
El Ángel de Dios, y guía:
Descubriendo vos al día
Al Ángel que os va delante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Primero en Antioquía
Vuestra cátedra sentais,
Y a Roma la trasladáis
Para ser el norte y guía
Donde persevera al día
En la misma fe constante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Dais fin al apostolado
Enclavado en una cruz
Diferente de Jesús,
Pies arriba levantado:
Así mártir coronado,
Vuestra palma es más brillante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Así la Iglesia romana
Por su venturosa suerte
Es el baluarte y fuerte
De la verdad cristiana:
Pues que siendo vaticana
Es piedra la más chocante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Pescador héroe inmortal,
De Pontífices atlante,
Librad a la fluctuante
Del error heretical.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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