5 de junio de 2020

Solemnidad de la Santísima Trinidad


El “Domingo de la Santísima Trinidad” tiene lugar el 7 de junio de 2020, es justo el domingo después de Pentecostés. La Santísima Trinidad es ciertamente un misterio, una verdad de fe que Dios nos ha ido revelando poco a poco. El Espíritu Santo es distinto del Padre y del Hijo, pero consustancial, igual y coeterno con ellos... un sólo Dios en tres personas distintas.

Esta fiesta comenzó a celebrarse hacia el año 1000, y fueron los monjes los que asignaron el domingo después de pentecostés para su celebración. El Domingo de la Santísima Trinidad fue instituído relativamente tarde, pero fue precedido por siglos de devoción al misterio que celebra. Fue en 1334 cuando el papa Juan XXII la introdujo como fiesta oficialmente en la Iglesia.


Celebrar esta solemnidad tiene sentido, puesto que por el Espíritu Santo llegamos a creer y a reconocer la Trinidad de personas en el único Dios verdadero. La Santísima Trinidad es ciertamente un misterio, pero un misterio en el cual nosotros estamos inmersos. Un océano que no podemos esperar abarcar en esta vida. 

Este domingo, 

Jornada Pro Orantibus


En el calendario litúrgico de este año –afectados por la crisis del coronavirus y sus consecuencias– la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad este próximo domingo 7 de junio. Es la festividad escogida para la Jornada Pro Orantibus.

Bajo el lema, “Con María en el corazón de la Iglesia” los obispos españoles oran por quienes continuamente lo hacen por nosotros: las personas consagradas contemplativas. Con este motivo, agradecen a Dios esta forma de consagración que necesita la Iglesia. En España existen 35 monasterios masculinos de vida contemplativa, y 716 femeninos.

 Somos invitados a celebrar con sincera gratitud este domingo de la Santa Trinidad bendiciendo al Señor por la vocación consagrada contemplativa, y pidiendo hoy por tantos hermanos y hermanas nuestras que viven, oran y misionan en tantos monasterios esparcidos por la geografía española.

 Que la Virgen María, mujer orante y misionera, acompañe nuestro camino y el de todo los contemplativos con la luz de la fe, el consuelo de la esperanza y la fortaleza de la caridad.



 JORNADA PRO ORANTIBUS 2020    
Oración

 Que te glorifique, Dios nuestro, tu Iglesia, con himnos de bendición y alabanza por tu Hijo Jesucristo, que para ser consuelo del mundo, fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la siempre Virgen María. Ella, elevada al cielo, resplandece en este momento de prueba como signo de salvación y de esperanza. Por su intercesión, te pedimos que ilumines los corazones de tus hijos que para vivir su generosa entrega en el corazón de la Iglesia se confinaron en los claustros por amor de tu nombre. Que con tu gracia se entreguen plenamente a tu gloria y sus hermanos reconozcamos en ellos un signo de ese mismo amor de madre con el que María consuela a todos los que la invocan con fe. 
Amén


ESPECIAL VIDA CONTEMPLATIVA





HISTORIA DEL MONACATO



El monacato (del griego monachos, persona solitaria) es la adopción de un estilo de vida ascético dedicado a una religión y sujeto a determinadas reglas en común.
En varias religiones se encuentran formas de vida monásticas, pero sus características varían enormemente entre ellas: budismo, cristianismo, taoísmo, sintoísmo, hinduismo e islamismo.
Al miembro de una comunidad que lleva una vida monástica se lo denomina monje. Se rigen por las reglas características de la orden religiosa a la que pertenecen y llevan una vida de oración y contemplación. Algunos viven como ermitaños y otros en comunidad, a la que se llama monasterio.

EL MONACATO CRISTIANO


El monacato cristiano surge en Egipto en las dos últimas décadas del siglo III y lo hace a raíz de que algunos cristianos se desligan de su vida cotidiana, renunciando a su familia y sus pertenencias, retirándose a la soledad para llevar una vida de austeridad voluntaria en todas las facetas de su vida (económica, alimentaria, vestimenta, castidad,…). Las normas son impuestas por ellos mismos con el objetivo de seguir el ejemplo de Cristo.
El antiguo monje considera que con la imitación de Cristo puede cumplir de mejor manera algunos de los imperativos del Evangelio, como son la genuina aspiración a la perfección y el verdadero amor a Dios.
Por consiguiente, en sus orígenes, el monaquismo cristiano se entendía como la realización de los ideales cristianos de perfección y representaba un paso importante en la evolución hacia la vida perfecta que se practicaba en la iglesia.
En muy pocos años estos anacoretas se multiplicaron en Oriente. La mayoría de ellos vivían solos, en grutas pero otros se agrupaban espontáneamente en torno a un monje destacado que se convertía en maestro del grupo, como sucedió con san Pacomio (287-346) o con san Antonio Abad (251-356)

LA REFORMA DEL ANACORETISMO: SAN PACOMIO


San Pacomio inicia la reforma del Anacoretismo, tratando de establecer una verdadera comunidad monástica, en la que todo esté dividido equitativamente apoyándose en una Regla, la cual iría redactando poco a poco, según las necesidades que iba detectando.
El principal objetivo de la Regla era ordenar y reglamentar esa vida común, pero también terminar con los excesos que cometían los anacoretas y cenobitas para lograr una mejor vida o una consagración.
San Pacomio opta por cambiar el sistema de trabajo y es así como instaura los gremios dentro del monasterio o cenobio, equilibrando el trabajo con las horas de oración y lectura divina; también se hace asesorar por los hombres más ancianos de la comunidad.

LA REFORMA DEL CENOBITISMO: SAN BASILIO



La vida religiosa comunitaria en soledad pasa de Egipto a Palestina y Siria y fue, sobre todo, Basilio el Grande quien mediante su actividad y sus reglas aseguró su victoria definitiva en Oriente frente al ascetismo libre y personal.
Basilio nació en Cesaréa de Capadocia en el año 329 aproximadamente; recibió una educación profundamente cristiana y al conocer el funcionamiento de los monasterios pacomianos decide hacer cambios en el cenobitismo para acabar con los excesos que se autoimponían los monjes.
Para Basilio, el monje no es un ser solitario, pero se debe apartar del mundo, de sus parientes y amigos para encontrar nuevos hermanos en el monasterio.
El monasterio es una familia cristiana, gobernada por la caridad y, por lo tanto, el abad es el padre de los monjes estando concentrado todo el poder de la familia en él siendo su única limitación la ley de la caridad.
El número de monjes debe ser pequeño con el fin de que se pueda mantener el espíritu de familia, viviendo bajo el mismo techo y comiendo en la misma mesa.
El abad y la Regla están para regular la vida monacal; ningún castigo debe ser excesivo por lo que no deben existir iniciativas privadas de carácter penitencial.
La virtud más necesaria en el monacato es la humildad porque de ella se derivan todas las demás y, muy especialmente la obediencia, porque el monje debe renunciar a su propia voluntad.
El trabajo sirve para conservar el equilibrio moral del cenobita. El trabajo manual debe ser reglamentado por el abad y los trabajos que se realicen deben ser útiles para el monasterio.
El trabajo intelectual está compuesto por la lectio divina que es el estudio de la Biblia y por otros estudios dirigidos a la formación de la persona del monje.
El trabajo y la vida del cenobita han de desarrollarse en un ambiente de oración. La oración monástica está distribuida a lo largo de la jornada del monje para que no pierda su contacto con Dios.
Las Constituciones Apostólicas del siglo II-III recomendaban a los cristianos que debían orar por la mañana, a la hora tercia, sexta, nona, a la tarde y al canto del gallo.
La oración matutina es para que el primer pensamiento del día sea para el Señor y durante cuatro veces se interrumpe su tarea cotidiana para santificar sus actividades. La noche tiene también su tiempo para Dios, al comienzo del descanso nocturno y a la media noche los monjes se reúnen para orar.

El MONACATO EN OCCIDENTE: SAN BENITO


En Occidente, fueron muchos los hombres que siguieron el tipo de vida monacal y realizaron, según sus convicciones, modificaciones a la forma monástica original.
Todos, sin excepción, aportaron algo a esta gran creación cristiana, que llegó a su forma última con Benito de Nursia, el cual es considerado el Padre del Monacato Occidental debido a que es él, precisamente, quien realiza los cambios dentro del monacato para adaptarlos al lugar y a las necesidades.
San Benito nación en la pequeña población de Nursia (Perugia, Italia) alrededor del año 480 y murió en Montecasino en el año 543.
Padre del monasticismo occidental, decidió abandonar Roma y el mundo para evitar la vida licenciosa de dicha ciudad, viviendo como ermitaño durante muchos años en una región rocosa y agreste de Italia.
En Vicovaro, en Tívoli y en Subiaco, sobre la cumbre de un farallón que domina Anio, residía por aquél tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había muerto por lo que decidieron pedirle a San Benito que ocupara su lugar; San Benito se negó inicialmente pero finalmente cedió ante su insistencia.
Pronto se puso en evidencia que las estrictas nociones de disciplina monástica que San Benito observaba y que quería que todos vivieran en celdas horadadas en las rocas, no se ajustaban a los monjes,
Es por ello que el mismo día retornó a Subiaco con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había preparado durante esos tres años de vida oculta, no tardando de reunirse a su alrededor discípulos atraídos por su santidad y por sus poderes milagrosos.
San Benito pudo hacer realidad su gran plan de “reunir en aquél lugar a muchas y diferentes familias de santos monjes dispersos en varios monasterios y regiones, a fin de hacer de ellos un sólo rebaño según su propio corazón, para unirlos en una casa de Dios bajo una observancia regular y en permanente alabanza al nombre de Dios”.
A todos los que deseaban obedecerle los distribuyó en 12 monasterios de madera, cada uno con su prior. Él tenía la suprema dirección sobre todos y vivía con algunos escogidos, a los que deseaba formar con especial cuidado.
A causa de algunos problemas con el sacerdote Florencio, se trasladó a Monte Cassino donde, sobre las ruinas del templo de Apolo construyó dos capillas y la abadía de Monte Cassino, alrededor del año 530.
Durante este periodo empezó a redactar su “Regla”, la que está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su propia voluntad, tomen sobre sí “la fuerte y brillante armadura de la obediencia para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero Rey”.
Prescribe una vida de oración litúrgica, estudio, y trabajo, llevado socialmente, en una comunidad y con un padre común.
San Benito construyó monasterios donde los monjes, bajo la misma regla de vida, compartieran trabajo y oración. Uno de los más famosos fue el de Montecasino (Italia). La regla de vida monástica de san Benito se resume en la frase “ora et labora”, es decir, la combinación de oración y trabajo.

EL SILENCIO MONÁSTICO


El monje, la monja, abrazan la vida contemplativa para tratar a solas con Dios en el silencio. El silencio es una necesidad del alma contemplativa, que manifiesta la manera más profunda que en presencia de Dios no hay nada más que decir. Él existe. Eso basta.
Según San Gregorio de Nacianzo “el silencio es una de las formas más útiles de templanza, uno de los medios más eficaces para regular los movimientos del corazón, la mejor salvaguardia del tesoro del alma, es decir, Dios y su Verbo, que exigen una habitación digna y recogida”.

EL SILENCIO EN EL MONASTERIO

Los monjes de vida contemplativa pueden ser considerados como “hijos del silencio.”
En la tradición monástica el silencio constituye un elemento de primera importancia para la vida ascética. Gracias al silencio el monje está siempre solo. Si guardas el silencio, en cualquier parte que te encuentres hallarás reposo. Callar cuando se presenta la ocasión de hablar, equivale a “huir de los hombres” de un modo más efectivo que apartándose solo materialmente de ellos.
El silencio viene a ser el clima espiritual del monasterio. No es sólo una necesidad de la convivencia. No es sólo una exigencia de la paz del claustro. Su verdadera función entra ya en la vida de oración. Un silencio que es necesario para oír a Dios. Silencio de recogimiento. Silencio exterior. Pero sobre todo silencio interior: “un silencio que fuese solamente ausencia de ruidos y palabras, en el cual no pudiera templarse el alma, estaría evidentemente privado de todo valor espiritual… La búsqueda de la intimidad con Dios lleva consigo la necesidad verdaderamente vital de un silencio de todo el ser”. De este modo, el silencio exterior del monje sólo será fecundo cuando proceda del silencio interior, y a su vez éste será condición de aquél.
El monje se habitúa a vivir con su cuerpo y con un alma en perfecto silencio:
– Silencio en los labios
– Silencio del corazón
– Silencio de la mente
Los sentidos externos dejan todo apego, toda curiosidad de ojos y oídos. Dejan las cosas materiales y toda afectividad por todos los seres creados.
El silencio hace más disponible a todo creyente para vivir en la presencia de Dios y descubrir el Misterio. El silencioso penetra los secretos de la contemplación.
Con el silencio el hombre va desapareciendo y su ser externo va perdiendo valor y poco a poco va retornando a la primitiva gracia recibida de Dios antes de la primera caída del paraíso terrenal y está ordenada a la visión beatífica.
El silencioso penetra en el secreto. Permanece en su “yo” profundo: “Calla, islas para que puedas escucharme,” (Is 41, 1). Así vive en un presente que no tiene un mañana. Dios habla en el silencio y, por eso, el solitario calla.
La tarea primordial es dejarse formar, martillar, estructurar del silencio que le da el poder de vivir y de morir.


EL SILENCIO INTERIOR

El silencio interior consiste en hacer callar en el alma a toda criatura que quiera quitar la atención de Dios. Porque “el alma que presto advierte en hablar y tratar, muy poco advertida está en Dios; porque cuando lo está, luego con fuerza la tiran de dentro a callar y huir de toda conversación, porque más quiere Dios que el alma se goce con Él que con otra alguna criatura por más aventajada que sea y por más al caso que le haga”.
El silencio debe llevar a la cumbre de la oración, y el permanecer en la oración hará del monje y de la monja unos amantes del silencio: “Usad mucho el callar con la boca hablando con hombres, y hablad mucho en la oración en vuestro corazón con Dios, del cual nos ha de venir todo el bien”.
Uno de los trabajos más arduos en el monasterio debe ser la lucha ascética por adquirir el silencio interior, lo que supone la purificación asidua de los sentidos internos y de los pensamientos, para que Dios, con su presencia y su voluntad domine todo su ser.

EL SILENCIO EXTERIOR

El silencio exterior debe guardarse con estricta observancia.
El primer fruto del silencio es la penitencia, pues es difícil no hablar cuando hay oportunidad para ello.
El segundo es evitar el pecado, como lo demuestra la Sagrada Escritura: En las muchas palabras no faltará pecado (Prov. 10,19) y en otra parte: Muerte y vida están en poder de la lengua (Prov. 18,21); y la Tradición de los Padres del desierto: “Muchas veces me he arrepentido de haber hablado, pero jamás de haber callado”.
Sin embargo debe tenerse en cuenta que el silencio en la vida contemplativa con toda su grandeza no deja de ser un medio para la unión con Dios, por lo que también se ha de aprender a dejar el silencio con alegría y sencillez cuando la caridad o el bien común lo exigieren.

Decía el Papa  San Juan Pablo II en su visita a España 1982 “La vida contemplativa ha ocupado y seguirá ocupando un puesto de honor en la Iglesia. Es necesario mostrar con claridad los valores auténticos y absolutos del Evangelio en un mundo que exalta frecuentemente lo relativo y corre el peligro de perder el sentido de lo divino, ahogado por la excesiva valoración de lo material, de los pasajero, que ignora el gozo del espíritu”.

La vida monástica puede definirse como búsqueda absoluta y radical de la unión con Dios. Pero para ello se usan medios, además de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Estos medio también definen a la vida contemplativa, que también puede entonces ser descripta como:

  • vida intelectual (estudio)
  • vida de penitencia
  • vida de trabajo
  • y con dimensión apostólica

Dentro de la oración, ocupa un lugar preponderante la oración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote, y de su Cuerpo que es la Iglesia: es la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia

“El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. Él mismo une a Sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no sólo celebrando la Eucaristía sino también de otras maneras, principalmente recitando el oficio divino”.

 La Santa Misa es el acto litúrgico por excelencia, y “la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la iglesia, y al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”, de ella “deriva hacia nosotros la Gracia… y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de Iglesia tienden como a su fin”

Pero además ocupa un lugar preponderante la Adoración Eucarística. De hecho en este monasterio todos los días se tienen, además de la santa Misa y del rezo del Oficio Divino, dos horas de adoración eucarística. No puede ser de otra manera, pues El Sacramento de la Eucaristía “contiene verdadera, real y sustancialmente presente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo”, Verbo Encarnado, pan vivo, bajado del cielo (Jn 6, 51). De allí la primacía que para el monje debe tener el trato asiduo con el Señor Sacramentado, haciéndose contemplativo de la Eucaristía 

Por eso es actividad propia de los monjes el estudio. Para un religioso contemplativo, el estudio debe ser el alimento de la oración y la oración luz para su estudio; y ambas actividades se elevarán en un solo canto de alabanza a Dios: Grandes son las obras de Yahvé, meditadas por los que en ellas se complacen (Sal 110,2).

En primer lugar hay que decir que la penitencia, la negación de sí mismo, es absolutamente necesaria para la salvación. Para todos, no sólo para los monjes. Sobre todo aquella penitencia que lleva a evitar el pecado, que ofende a Dios y nos pone en la boca del infierno. Fue Jesús quien lo enseñó: si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis (Lc 13,3). Mucho más lo es para el monje, que ha decidido seguir a Jesús de cerca: Si alguno quiere seguirme, dice Jesús, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Y Jesús nos dio ejemplo, ayunando 40 días y 40 noches, y pasando noches enteras en oración. Y Él no tenía necesidad como nosotros, pues es santísimo.


El monje ha abrazado la vida contemplativa para tratar a solas con Dios en el silencio. El silencio es una necesidad del alma contemplativa, que manifiesta la manera más profunda que en presencia de Dios no hay nada más que decir. Tiene el silencio una dimensión ascética o penitente. Según San Gregorio de Nacianzo “el silencio es una de las formas más útiles de templanza, uno de los medios más eficaces para regular los movimientos del corazón, la mejor salvaguardia del tesoro del alma, es decir, Dios y su Verbo, que exigen una habitación digna y recogida”.


La rama contemplativa, como todos los miembros del Instituto participan en la misión apostólica de la Congregación, y no de cualquier modo, sino que con su vida de oración y penitencia “están a la vanguardia de todas las obras de apostolado del Instituto”, siendo “piezas claves del empeño apostólico de nuestro Instituto”. El principal apostolado del monje será su misma vida consagrada a la oración y al sacrificio. Si “el apostolado de todos los religiosos consiste primeramente en el testimonio de su vida consagrada, que han de fomentar con la oración y la penitencia”, mucho más debe decirse esto de los religiosos monjes que han de mover al pueblo de Dios “con su ejemplo”.











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