16 de marzo de 2021

 El Día del Seminario 2021 se celebra con el lema 'Padre y hermano, como san José'

En este día, 19 de marzo, celebramos la solemnidad de San José, esposo de la Virgen, padre de Jesús.

 San José es invocado como padre de los seminaristas, de aquellos hombres, jóvenes y adultos, que son hermanos nuestros y se preparan para el servicio a la Iglesia y al mundo desde el ministerio sacerdotal. Él, que guardó y protegió a Jesús en sus primeros años de vida en la tierra, guarda y custodia igualmente la vida y la vocación de aquellos hermanos que se ponen en manos de Dios, a través de la Iglesia, para ser configurados por Él, a imagen de Cristo Buen Pastor.

 La Iglesia celebra hoy el Día del Seminario, este año bajo el lema «Padre y hermano, como san José».

Pidamos que suscite muchas y santas vocaciones a la vida sacerdotal, y que derrame su abundante gracia sobre todos aquellos que han dicho “sí” a la llamada de Dios a seguirle en el servicio a los hermanos, desde este ministerio. Lo hacemos especialmente en este año en que el papa Francisco lo ha querido dedicar a san José, conmemorando los 150 años desde que fue declarado patrón de la Iglesia universal. Que toda la Iglesia y el mundo entero puedan verse beneficiados por la generosidad de tantas respuestas positivas a entregar la vida en el sacerdocio.

El lema que se ha elegido para la campaña del Seminario de este año: «Pa­dre y hermano, como San José». Con ello, se quiere reflejar cómo los sacerdotes, forjados en la “escuela de Nazaret” (el Seminario), bajo el cuidado de San José y la mano providente de Dios, son enviados a cuidar la vida de cada per­sona, con el corazón de un padre, sabiendo que, además, cada uno de ellos es su hermano.

Con la jornada anual del “Dia del Seminario”, queremos recordar y comprometer, a todos los fieles católicos, sobre la necesidad de promover y amparar las vocaciones sacerdotales con la oración, el sacrificio y la aportación económica para el sostenimiento de nuestro Seminario Diocesano.

Ante todo, debemos reconocer juntos la falta de vocaciones al sacerdocio. Hay pocos seminaristas y esta realidad reclama –por parte de todos- una reflexión profunda sobre el alcance que damos a este hecho como creyentes. Debemos reavivar nuestra conciencia sobre la importancia y necesidad de la vocación sacerdotal en la vida de la Iglesia. No existe verdadero y fecundo crecimiento de la Iglesia, sin la presencia de sacerdotes que sostengan y alimenten la vida de los fieles: “Los sacerdotes existen y actúan para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre” (PDV 15).

Sin duda, siguen siendo ciertas las palabras de Jesús en el evangelio: «la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt. 9,37-38). Sabemos que las vocaciones para el sacerdocio tienen su origen en la acción gratuita de Dios y a Él se las pedimos porque, ciertamente, Dios es quien llama.

Pero, no podemos olvidar que la oración de petición, si queremos que sea escuchada, debe ir siempre acompañada de una real disponibilidad a la acción de Dios. Como nos recuerda el Papa Francisco, “Dios actúa a través de eventos y personas” (Patris corde, 5), es decir, nos necesita y cuenta con nosotros para promover, llamar, cuidar y apoyar las vocaciones. Sin duda, los padres, sacerdotes, personas consagradas, catequistas y profesores, jugamos un papel decisivo en esta tarea.

Además, como él mismo Papa nos recuerda, la presencia de vocaciones sacerdotales es un signo de la vitalidad y compromiso de la comunidad cristiana: “La vida fraterna y fervorosa de la comunidad despierta el deseo de consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa comunidad ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración» (EG 107).

El Pueblo de Dios necesita y espera que los seminaristas lleguen a ser buenos sacerdotes; hombres que, siguiendo las huellas de Cristo el Buen Pastor, con generosidad y entrega, consagren su vida al servicio de la Iglesia. Conseguirlo es la tarea del Seminario y supone un gran esfuerzo, ante todo, para el propio seminarista que ha ponerse a la altura de la vocación a la que ha sido llamado. Y, también, para los formadores que, a imagen de San José en el hogar de Nazaret, han de custodiar y cultivar el don de la vocación sacerdotal en aquellos que tienen a su cargo.


ORACIÓN 

Dios, Padre de todos, que has dado la vida a los hombres para que te conozcan y te alaben agradecidos, danos la alegría de sentirnos un solo pueblo tuyo. Señor Jesucristo, que te has abajado para ser nuestro hermano y caminas junto a nosotros, enséñanos a no pasar de largo ante el dolor del hermano caído junto al camino. Espíritu Santo, vivifica y mueve el corazón de nuestros pastores para que experimenten cada día el consuelo de caminar como hermanos, en medio del pueblo, haciendo presente, como san José, la ternura del Padre. Alienta en el corazón de muchos jóvenes la llamada al sacerdocio para que, hombres de comunión, sirvan en la Iglesia y cooperen, por el anuncio del Evangelio, a alcanzar la fraternidad universal en ti. Amén


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