JUEVES DE LA ASCENSIÓN
En vísperas de la festividad litúrgica de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los Cielos, en el antiguo Jueves de la Ascensión del Señor, se expondrá el Santísimo Sacramento del Altar para su adoración a las 19:00 h y se realizará un rato de silencio y meditación; el ejercicio del rezo del Santo Rosario, el ejercicio del Mes de las Flores a su Santísima Madre y la Santa Misa a las 20:00 h, en la Iglesia de Ntra. Sra. de la Merced. Pueden seguirlo en directo en el Facebook de la parroquia.
Celebración de la Ascensión del Señor
El
próximo domingo celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Esta festividad se celebra
cuarenta días después del Domingo de Resurrección para conmemorar
la Ascensión de Jesucristo al cielo en presencia de sus discípulos
tras anunciarles que les enviaría el Espíritu Santo.
La
Ascensión del Señor es una festividad muy antigua, aunque no existe
evidencia documental de su existencia previa al siglo V. Es una fiesta que ha
sido trasladada al domingo 7º de Pascua desde su día originario, el
jueves de la sexta semana.
“Así estaba escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión
y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido;
vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después los sacó hacia Betania y,
levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos,
subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén
con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
Reflexión:
¿Quién es el que sube al Cielo? San Pablo lo dice con frase
lapidaria: Cristo, “el que bajó, es el mismo que ha subido a lo alto de los
cielos para llenarlo todo” (Efesios 4, 10). Bajó del Cielo a la Tierra sin
dejar el Cielo, y sube de la Tierra al Cielo sin dejar la Tierra. Muere Jesús,
y desciende a lo más hondo del abismo para anunciar la gran noticia a los que
habían muerto antes que Él: “¡Aquí estoy! ¡Su liberación ha llegado por fin!”.
Esto es lo que “predicó a los que estaban en prisión” (1 Pedro 3, 19).
Resucitado, se sube al Cielo con el botín inmenso de tantas almas
que esperan aquel momento dichoso: “Subió a lo alto, llevando consigo a los
cautivos, y repartió dones a los hombres” (Efesios 4, 8). “Apareciéndose a los
apóstoles durante cuarenta días, e instruyéndolos acerca del reino de Dios”
(Hechos 1, 3), “se elevó después al cielo, y se sentó a la derecha del Padre”
(Marcos 16, 19). Allí “Jesucristo, habiendo ido al cielo, está a la diestra de
Dios, y le han sido sometidos los ángeles” (1 Pedro 3, 22).
En la última aparición, “ven los discípulos cómo se ha elevado a
las alturas, hasta que una nube se lo sustrajo a sus miradas” (Hechos 1,9). No
se ha olvidado de nosotros en su gloria, sino que allí está “siempre vivo para
interceder por nosotros” (Hebreos 7, 25).
Nada más ascendido al Cielo, empezó a repartir sus regalos a los
hombres, regalos que no son más que el Espíritu Santo: “Vi al Cordero en el
trono de Dios…, que enviaba el Espíritu septiforme a toda la tierra”
(Apocalipsis 5, 6).
A esto se refería Jesús, cuando dijo: “Les conviene que yo me
vaya, pues si no me voy, no vendrá el Espíritu sobre ustedes, pero, si me voy,
se lo enviaré” (Juan 16,17).
Además, con la fuerza del mismo Espíritu se queda con nosotros en
la Eucaristía.
Lo tenemos aquí tan presente como lo tienen los ángeles y los
Santos en el Cielo.
Lo creemos presente con el mérito enorme de la fe. Si lo viéramos,
¿qué mérito tendríamos? No viéndolo, pero creyendo firmemente en su presencia,
nuestra vida de la Tierra es en verdad el Cielo anticipado. “A Jesucristo lo
aman sin haberlo visto; sin verle, creen; y se alegrarán con gozo inefable y
radiante de gloria” (1 Pedro 1, 8-9).
“¡Volverá!”, dijeron los Ángeles a los apóstoles que miraban
embobados a las alturas.
Volverá, visible y glorioso al final del mundo. Para nosotros,
“vuelve” cada día cuando se nos pone en el Altar y se queda escondido en su
Sagrario.
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